Cada 12 de mayo se conmemora el Día Internacional de la Sensibilidad Química Múltiple (SQM), una enfermedad ambiental aún poco reconocida que afecta a miles de personas en todo el mundo. En este artículo, la doctora María Argentina Rey Fernández —médico y afectada por esta patología— nos ofrece un testimonio imprescindible para entender qué es la SQM, cómo se manifiesta, y por qué es urgente visibilizarla.
¿Qué es la Sensibilidad Química Múltiple y cómo afecta a la salud?
La Sensibilidad Química Múltiple es una enfermedad por la que se pierde la tolerancia a los productos químicos y que puede afectar a cualquier persona en cualquier momento de su vida.

Se adquiere por exposición única o repetida a uno o más productos químicos, y, a día de hoy, no tiene cura. Por lo tanto, una vez adquirida, para que no avance, tendremos que evitar las exposiciones, porque, desde ese momento —por mínimas que sean—, desencadenarán en nuestro organismo síntomas respiratorios, neurológicos, cognitivos, cardiovasculares, digestivos, músculo-esqueléticos, genitourinarios, oculares, dermatológicos e incluso afectivos, porque nuestra vida ya no será igual.
Convivir con SQM: productos cotidianos tóxicos que otros toleran
Cuesta creer que, a partir de ese instante, una colonia, un perfume, un producto de limpieza, un detergente, un suavizante, un ambientador o un sinfín de productos más, que previamente tolerábamos, serán ya un veneno para nosotros, incluso cuando los usen familiares, amigos, compañeros de trabajo, vecinos o cualquier persona que esté a nuestro lado, convirtiéndose en barreras ambientales que cambiarán nuestra vida para siempre.

Difíciles de “ver y comprender”, pero que contribuirán a aislarnos de todo aquello de lo que disfrutábamos hasta entonces. Y dependeremos de los demás, en un mundo que trata todo con productos químicos: lo que come, lo que bebe, lo que respira o lo que se pone sobre la piel.
Exclusión social y falta de apoyo institucional
Vivir con esta enfermedad no es fácil. Nos obliga a modificar nuestros hábitos de vida y dificulta nuestras relaciones con el entorno, limitando nuestra accesibilidad al transporte público, a la vivienda, al ocio, al disfrute de espacios públicos e incluso al propio sistema sanitario. Sí, hasta eso, porque necesitamos que existan protocolos específicos para nosotros. De lo contrario, nada más llegar allí, empeoramos en lugar de mejorar. Y nadie va al médico para sentirse peor.
Sin embargo, a día de hoy son pocas las Comunidades Autónomas que disponen de protocolos para proporcionarnos la atención adecuada.

Como nuestra enfermedad aún no está reconocida por la Organización Mundial de la Salud, ni incluida en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE) —por las presiones de multinacionales, industrias y empresas fabricantes de estos productos—, cuando ya no podemos trabajar, el INSS nos deniega la incapacidad y nos obliga a luchar por ella en los tribunales.
Con frecuencia, los enfermos se ven abandonados a su suerte, sin ningún tipo de prestación social, porque la SQM tampoco está incluida en los baremos utilizados para valorar las discapacidades, ni encuentra un hueco en la Ley de Dependencia, lo que implica una completa exclusión social que, en demasiadas ocasiones, lleva a los afectados al suicidio, que ven como única salida cuando el sistema socio-sanitario les da la espalda.
El papel de la industria química en el origen de la SQM
La sensibilidad química múltiple no existía cuando no había productos químicos sintéticos fabricados por el hombre en laboratorio. Los primeros casos se descubrieron en 1950, en Estados Unidos, y han ido paralelos al desarrollo de la industria química finalizada la Segunda Guerra Mundial. Desde entonces, no han cesado de aumentar en todo el mundo, principalmente en los países más industrializados y en las zonas urbanas más contaminadas.

Muchas de las enfermedades existentes hoy en día están relacionadas con nuestros hábitos de vida y con el deterioro y la contaminación del medio ambiente. Se calcula que, en los países industrializados, al menos un 20 % de la incidencia total de enfermedades está vinculada a factores ambientales, y la SQM es tan solo la punta de un gran iceberg.
¿A quién afecta la Sensibilidad Química Múltiple?
Muchos de esos contaminantes son liposolubles y se acumulan en las grasas. Como las mujeres tienen un 15 % más de materia grasa que los hombres, se convierten en “bioacumuladoras químicas”, siendo más frecuente en ellas esta enfermedad.

Si bien en los últimos años han aumentado los casos en hombres —y, lo que es peor, en niños a edades cada vez más tempranas—, hoy en día los niños nacen ya con una carga química que les transmite intraútero su madre durante el embarazo, y que seguirá aumentando durante su vida.
Una enfermedad emergente e infradiagnosticada
Y no, no se trata de una enfermedad rara, sino emergente, que puede estar alcanzando en estos momentos a un 15 % de la población. Esto es posible por la enorme carga química ambiental a la que estamos sometidos. Además, durante la pandemia, el uso excesivo de desinfectantes y soluciones hidroalcohólicas hizo aumentar los casos de SQM, tanto en la población general como en el personal sanitario.

Si a esto le unimos el desconocimiento que los profesionales sanitarios tienen de esta patología, el diagnóstico suele ser tardío, cuando la SQM ya está avanzada. De hecho, se tarda una media de 5 a 10 años en obtener un diagnóstico, y en ocasiones más de 20, algo impensable en cualquier otra enfermedad. Lo habitual durante ese tiempo es que los enfermos “peregrinen” de especialista en especialista, sin saber lo que tienen o, lo que es peor, viendo cómo se intentan achacar sus síntomas “a su cabeza”, derivándolos a Psiquiatría sin buscar la causa real de su enfermedad.
Control ambiental: clave para frenar la progresión de la SQM
Al no disponer de cura, la medida más efectiva es evitar las exposiciones a través de un buen control ambiental, para que la enfermedad no avance. Sin embargo, esto es difícilmente posible cuando el diagnóstico es tardío.
En España, para unificar criterios en el Sistema Nacional de Salud, el Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad publicó el Documento de Consenso sobre Sensibilidad Química Múltiple (2011), elaborado por 12 expertos en SQM.
No obstante, 14 años después, la mayor parte de los médicos lo desconocen. Y aunque en las Comunidades Autónomas donde, siguiendo sus instrucciones, ya existe un protocolo, la atención es más adecuada, en el resto deja mucho que desear.
Esto rompe el principio de igualdad y equidad, no solo en relación con las personas afectadas por otras patologías, sino incluso entre los propios enfermos de SQM, que —dependiendo del lugar de España en el que vivan— tendrán o no acceso al sistema sanitario.
Declaración de Bruselas: petición global de reconocimiento
En el año 2015, un grupo de médicos y científicos de diferentes países firmó la Declaración Internacional de Bruselas sobre Sensibilidad Química Múltiple y Electrohipersensibilidad, dos enfermedades que, con frecuencia, van unidas en la misma persona.
En ella solicitaban a la Organización Mundial de la Salud su reconocimiento e inclusión en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE), con un código propio, reflejando además lo siguiente:
«……con el conocimiento científico actual y teniendo en cuenta el principio de precaución, se recomienda por unanimidad que la verdadera información en el uso de productos químicos y tecnologías inalámbricas se haga accesible al público y que se adopten con urgencia medidas de regulación pública y de precaución aplicables en particular a los niños y otros subgrupos como también debe ser el caso en relación con los productos químicos en la aplicación del Registro Europeo de Evaluación, Autorización y Restricción de Sustancias Químicas (REACH)».
Visibilizar la Sensibilidad Química Múltiple es una necesidad urgente
Y, a pesar de las advertencias de médicos y científicos, de los múltiples estudios que demuestran que la sensibilidad química múltiple es una enfermedad orgánica, del importante aumento del número de casos en los últimos años —mayor aún durante la pandemia— y de su aparición a edades cada vez más tempranas, las autoridades sanitarias siguen mirando para otro lado, abandonando a los enfermos a su suerte, obligados a vivir aislados, en un aislamiento impuesto, no deseado, sin salir a la calle o haciéndolo tras una mascarilla de alta protección, a cuyos materiales pueden reaccionar y que ni siquiera les protegen al 100 %.

Y no, a nadie le gusta vivir así. No nacemos con esta enfermedad: es adquirida, y cualquiera puede padecerla en cualquier momento de su vida. Por eso es necesario tomar medidas, aceptar que vivimos en una sociedad enferma que debe cambiar.
¿Qué podemos hacer en nuestro día a día?
Hemos de aprender a comprobar la composición de los productos que compramos: alimentos, bebidas, productos de limpieza y aseo personal, cosméticos, colonias, perfumes, ambientadores, ropa, y asegurarnos de que el aire que respiramos es de la mejor calidad posible.
Tenemos que acostumbrarnos a darle la vuelta a los envases, a mirar los pictogramas que indican si son o no tóxicos, a observar con detenimiento las etiquetas de las prendas para comprobar que son de tejidos naturales y no están tratadas con sustancias que puedan dañar nuestra salud.

Estar bien informados será fundamental para no comprar productos cuyos componentes sean disruptores endocrinos, que compitan con nuestras propias hormonas, desplazándolas y provocando enfermedades.
Debemos convertirnos en consumidores responsables, porque es nuestra salud, y la de nuestros seres queridos, la que está en juego.
Por un futuro sin barreras químicas
Ya hay demasiados casos de Sensibilidad Química Múltiple, y no queremos que sigan aumentando. Ayúdanos a prevenir su aparición.
Si deseas más información sobre esta enfermedad, puedes encontrarla en la página de Facebook de SQM ESPAÑA o, si lo prefieres, puedes escribirnos al correo electrónico sqm.espana@gmail.com, y resolveremos tus dudas.
Cuando nos veas por la calle con nuestras mascarillas, recuerda que no somos contagiosos; tan solo las utilizamos para protegernos de los productos químicos que nos dañan y que llevan otras personas.
Con tu ayuda, en un futuro no muy lejano, quizás tengamos “zonas blancas”: espacios libres de químicos y de fragancias, donde todos podamos vivir.
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